La música como profesión

te lo cuento porque

La profesión de músico es durísima. Es una dedicación plena en la que no puedes escapar para descansar ni un día, en el que constantemente estás aprendiendo -de la música, de las interpretaciones, de lo que escuchas, del estudio, de compañeros, de alumnos…-, constantemente mantienes o mejoras tu nivel para estar a la altura de lo que se te exige en tu trabajo. Pero, ¿qué pasa cuando otros no se exigen lo mismo? Como arte, la música es totalmente subjetiva y al no haber unos baremos reconocibles y medibles, muchos de los profesionales puede que sean decepcionantes.

En un país donde reina la mediocridad -que es lo que se premia a todos los niveles- parece contradictorio que haya una compatibilidad con la música, que en su forma más esencial, no es más que buscar permanentemente la perfección. Quizá este también es uno de los problemas, no ser capaces de rebajar las expectativas. Quizá el problema sea realmente preguntarnos si es necesario rebajarse esas expectativas.

Ensayo general en el Palau de la Música

Cuando eres joven y piensas vivir de la música, soñando en el conservatorio la mayoría de los alumnos piensan en un trabajo como miembro de una orquesta sinfónica. En ese sueño, el trabajo se presenta como ideal, no sólo porque desarrollas tu pasión a diario, sino porque te pagan por ello y te dan ese reconocimiento que todos pensamos que merecemos. Cada semana un repertorio nuevo, único. Tocar las obras de tus compositores favoritos con otros compañeros que -a priori- te superan en nivel y experiencia, y de los que vas a aprender constantemente.

Convertir a los músicos en funcionarios, provoca que muchos no se dediquen a la música, sino a mantener su estatus. Profesores de orquestas y conservatorios que no tienen el nivel o que ganaron su oposición de pleno derecho hace 20 años y no están dispuestos a ser competitivos, porque su asiento no peligra. Mientras el nivel global no para de subir, donde te encuentras niños ganando prestigiosos concursos donde demuestran un nivel y una musicalidad inaudita en esas edades, la profesión también hace que te encuentres mediocridad en un arte que debería ser vanguardia de la sociedad.

Mi trompa colgada en el Kursaal de San Sebastián

Enfrentarse a esta mediocridad va a ser de las cosas más duras que tengas que hacer en tu carrera como músico. Olvídate de los retos artísticos, de una partitura complicada, una obra contemporánea, una producción exigente. La mediocridad de las instituciones, la mediocridad del público y la mediocridad de los compañeros, este enfrentamiento continuo acaba con mucho talento que, o se destruye en el camino, se pasa al lado oscuro, o decide emprender su camino por otras profesiones musicales más libres -como grupos de cámara, profesor o incluso gestor musical-, o lo más extremo, decide literalmente colgar el instrumento, cansado de no poder rebajarse a esa altura mediocre teniendo que ajustar su propio nivel de exigencias y de prioridades a la baja.

Muchos de nosotros pensamos que los integrantes de una orquesta nacional son el máximo exponente musical de nuestro país. Hasta que cumplimos una edad y un nivel, tenemos la oportunidad de interpretar en esas orquestas, y nos decepcionamos, viendo que muchos se lo toman como un trabajo más de oficina. Que si no están atentos, no pasa nada. No hay frustración por un fallo, por no haber estado al nivel, por no encontrar la afinación adecuada, por no entenderse con un director. He visto músicos profesionales ser tan mediocres e intransigentes que te hacen querer dejar la música de inmediato, levantarte de la silla, gritar fuerte y mandar a tomar vientos todo lo que estás viviendo.

Otros tantos pensamos que los profesores de conservatorios de grados medio y superior, son el exponente del nivel a alcanzar, los que te van a guiar por los primeros años de tu carrera. De esto ya nos da tiempo suficiente como alumnos para darnos cuenta de que no es así, de que es realmente difícil encontrar profesores que merezcan la pena, que sepan lo que están haciendo, e incluso que tengan control sobre su propio instrumento.

¿Qué hacemos entonces? Está complicado, porque si bien puede parecer un error tener a los músicos como funcionarios, la profesión de músico es de las más precarias e inestables que existen, y esos puestos permiten a muchos músicos tener una vida digna, formar una familia. Y combatir la mediocridad de un país tampoco es fácil, ya que hay mucha gente en España que no considera que los músicos tengan que tener una vida digna, que es un pasatiempo como otro cualquiera, que no merece el gasto -dirán desproporcionado- que genera una orquesta o un conservatorio en las arcas públicas.

Ensayo general en el Teatro Real

Lo primordial para mí sería educar al público. Como clientes potenciales de la música sinfónica, hoy en día se tragan cualquier cosa porque no saben diferenciar los detalles más básicos que ofrece un concierto sinfónico en directo. Hoy en día reinan en las salas de concierto orquestas privadas que sacan conciertos como vietnamitas sacan sudaderas de marca, y cobran por esos conciertos cantidades de dinero que no lo valen, simplemente por el hecho de que no se conoce nada más. Orquestas que se aprovechan precisamente de esa incultura, y que por supuesto se benefician directamente de ella, con lo que no tienen un interés inmediato de un propósito educativo y sí de perpetuar esta audiencia sorda. Es el «aquí te pillo, aquí te mato» musical. Con el añadido de unas condiciones laborales atroces para los músicos que las integran, amparadas en el desconocimiento general que existe sobre nuestro sector.

Ensayo general en el Auditorio de Zaragoza

Hay mucha culpa repartida en esta situación pero, una gran responsabilidad la tenemos nosotros, los músicos, que en la mayoría de casos vivimos en una burbuja. Y muchos no quieren que les toquen esa burbuja, dirán que los demás no lo entienden, que la música es especial, que no quieren que vayan incultos a escuchar conciertos… Los músicos con plaza fija viven ajenos a buscar nuevo público, público joven. Están convencidos de que ese no es su trabajo, porque les pagan por sentarse en una silla y leer las notas de una partitura. «Eso es un problema de los gestores», dirán muchos. El problema lo tenemos todos. Si no somos capaces de atraer otro público, si no somos capaces de generar interés con nuestro trabajo -con lo fácil que es-, si no somos capaces de educar a un público que todavía no sabe que quiere ser educado y no lo podemos ver, tenemos un problema todos que se va a perpetuar en el tiempo y que va a conseguir la desaparición de una profesión muy necesaria en la cultura de un país. Y el problema lo tendrá también el público que no va a poder diferenciar de un concierto en condiciones de la basura que hoy en día se consume.

El día en el que un público bien educado, sea capaz de demandar calidad, ese día los funcionarios no tendrán la opción de relajarse. Ese día no habrá orquestas piratas que ven la música como una forma más de sacarle el dinero a abuelos adinerados. Ese día, quizá, haya estudiantes de música que no se sientan defraudados con la profesión, y que muchos de ellos la dejen por el camino por alternativas más estables, ya que para trabajar en mediocridad, siempre nos quedará una oficina.

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